Imagen: Un monje acompañado de un hombre joven; se alejan de una casa, una mujer junta las manos (mayo de 1829 según Isidore Niépce y su mujer). Tipo: Reproducción de un dibujo por contacto. [Heliografía de Joseph Nicephore Niepce]


«Todo el día de hoy... me viene atosigando una leyenda. (...) Hace mil años un monje, vestido de negro, vagaba por el yermo... en Siria o en Arabia... A varias millas del sitio por donde iba, unos pescadores vieron a otro monje negro que caminaba despacio por la superficie del lago. Este segundo monje era un espejismo. (...) Del espejismo surgió un segundo espejismo, del segundo un tercero, de modo que la imagen del monje negro empezó a reflejarse interminablemente de una a otra capa de la atmósfera. (...) Acabó por salir de los límites de la atmósfera terrestre y ahora recorre el universo sin encontrar aquellas condiciones que pudieran hacerlo desaparecer.
(...) "¡Qué amplio, libre y tranquilo es esto!", pensó Kovrin avanzando por la senda. "Se diría que el mundo entero está acechándome desde algún sitio y esperando a que lo entienda...".
Pero he aquí que el centeno empezó a mecerse y un ligero viento verspertino rozó levemente la cabeza descubierta de Kovrin. Un instante después volvió la brisa, pero ahora más fuerte. El centeno comenzó a susurrar y de detrás llegaba el sordo quejido de los pinos. Kovrin se detuvo maravillado. En el horizonte, a modo de ciclón o torbellino, se alzaba de la tierra una gran columna negra. Sus contornos eran borrosos, (...) y cuanto más se acercaba más se empequeñecía y perfilaba. Kovrin se echó a un lado, entre el centeno, para darle paso y apenas tuvo tiempo de hacerlo...
Un monje vestido de negro, de cabello entrecano y cejas negras, con las manos cruzadas sobre el pecho, pasó junto a él... Sus pies desnudos no tocaban el suelo. Cuando se hubo alejado unos veinte metros de Kovrin fijo la vista en este, inclinó la cabeza y le dirigió una sonrisa a la vez amable y astuta. ¡Pero qué rostro tan pálido, tan terriblemente pálido y enjuto! De nuevo empezó a crecer, cruzó en volandas el río, tropezó sin ruido en la orilla arcillosa y los pinos, y pasando entre ellos se esfumó».
De "El monje negro", Anton Chejov

Piso 16










Regresaba/ –¿Era yo el que regresaba?–/ en la angustia vaga/ de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas./ De pronto sentí el río en mí,/ corría en mí/ con sus orillas trémulas de señas,/ con sus hondos reflejos apenas estrellados./ Corría el río en mí con sus ramajes./ Era yo un río en el anochecer,/ y suspiraban en mí los árboles,/ y el sendero y las hierbas se apagaban en mí./¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

Juan L. Ortiz

Anticuario